Lo grande es hermoso
En su libro Inteligencia intuitiva, el ensayista estadounidense Malcolm Gladwell nos recuerda que muchas de nuestras opiniones las formamos después de un análisis brevísimo, a veces con una rápida mirada, un parpadeo, y, sin embargo, son tan o más válidas que otras que nos llevan semanas de reflexión. La primera vez que vi una obra de Joaquín Ureña pensé rápidamente, de forma intuitiva: este es un arte de hoy, y es un arte fresco. Han pasado los años y sigo opinando lo mismo de su trabajo. Intentaré razonar esa intuición:
ES UN ARTE DE HOY. Ureña ha conseguido dar nueva vida a una técnica que parecía inamovible. Lo que ha hecho por la acuarela recuerda a lo que Andreas Gursky hizo por la fotografía: inventarle un nuevo formato. Al igual que antes de Gursky uno pensaba que no podían existir fotografías tan grandes (y de hecho el creador alemán en sus inicios tuvo que recurrir a una máquina especial para que imprimiera sus imágenes a los tamaños que él deseaba), antes de Ureña no imaginábamos que pudieran pintarse acuarelas tan grandes. Y como Gursky, Ureña ha tenido que crear sus propios sistemas de trabajo. Existe un video de hace unos años que muestra al artista en su taller, preparando los papeles sobre los que trabaja, ayudándose de una serie de artilugios, desplegando, pegando, fijando. El tamaño importa. La novedad formal de las acuarelas de Joaquín Ureña radica en que sean tan grandes, tan altas y tan anchas.
Pero temáticamente también ofrecen novedades. En sus piezas más emblemáticas, los bodegones y los interiores, Ureña pinta un mundo nuevo. Y es nuevo porque no tiene historia, al contrario, todo parece recién instalado. Las mesas hechas con tablones sobre caballetes, los flexos, las bibliotecas de DM y conglomerado, las estanterías metálicas adaptables, las cajoneras de plástico, recogen un mundo que no es el de los tradicionales interiores de la pintura burguesa, en los que la decoración revelaba el peso acumulado de las generaciones y donde triunfaba un mobiliario oscuro y pesado. En Ureña encontramos el mundo actual de los supermercados del mueble ligero y claro, el de los Ikea y los Leroy Merlin, que han democratizado el interiorismo de la sociedad española. El de Lleida ha sido el primer artista plástico que ha sabido plasmar este cambio de imagen doméstica, que deriva de un fenómeno a priori tan prosaico como es la evolución del comercio del mueble, pero que ha acarreado consecuencias relevantes por lo que se refiere a nuestro imaginario y a la estética de nuestra sociedad.
ES UN ARTE FRESCO. Observamos las obras de Ureña. Son espaciosas, el blanco abunda, respiran y nos dejan respirar. Tienden a la simetría, con esos espacios tan bien estructurados y ordenadamente distribuidos de las ventanas o las puertas de aluminio. No agobian, liberan. Si salimos del estudio, Ureña nos lleva a la terraza con sillas de plástico, a los acotados jardines de urbanizaciones nuevas, sean de la costa o de las zonas suburbiales, de casas adosadas. El frescor de la noche en la terraza, el frescor de la hierba del jardín recién regado, el frescor de la sombra en el balcón abierto, son regalos que el artista nos hace para invitarnos al disfrute del momento.
Miro una acuarela de Joaquín Ureña, parpadeo. Estoy ante un espacio aireado y luminoso, con un mobiliario ligero. Ante una pieza grande que a la vez es leve.
Sergio Vila-Sanjuán
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